Pobres ricos, qué van a hacer. Cuando no son los rojos descerebrados que nacionalizan sus empresas, son los socialdemócratas que les coartan la libertad con impuestos injustos que no les permiten hacerse más ricos. Y para más inri, ahora se dan cuenta de que han sido engañados por colegas de cartera; el negocio piramidal Madoff, gracias a la purga que está ejerciendo la crisis en este sistema liberal corrompido hasta las entrañas, ha dejado tiritando los bolsillos de aquellos que la selección natural eligió para liderar a la raza humana, a golpe de billetera. Hoy parece que los ricos, ya no lo son tanto, al menos no tanto como ellos quisieran.
Se acabaron los paseos en yate, las reuniones en sociedad con aristócratas, artistas, empresarios y futbolistas, el güisqui de doscientos euros, los puros habanos, las cenas de mil euros el cubierto con caviar y faisán, los partidos de golf, los coches de lujo, los aviones privados, las putas de lujo, la «farla» de lujo; se acabó el lujo en definitiva, o quizá no.
Dudo mucho de que a los estultos ricachones, a los que se les ha esfumado mucho dinero como un pedo que se pierde en el aire, pero que deja un aroma algo molesto, se les haya agotado casi toda la plata; algo les quedará en algún paraíso fiscal.
Ahora ya no es la progresía socialistas ni los tan cacareados enemigos de la libertad los que meten el dedito en el culito a los niños bien de la élite mercantil que han vivido como dioses durante los últimos veinte años. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen, pero ahora quieren que el caviar lo paguen otros.
El mundo se ha vuelto loco. No bastaba con encontrarme a todas las pijas con el pañuelo palestino al cuello, más falso que el dinero del Monopoly, o ver a rastafaris montados en BMW mientras suena una canción reggae atacando el lujo infernal de Babylon, o escuchar a Rouco Varela hablar sobre la avaricia que esquilma el mundo, o verme a mí mismo, agnóstico perdido, rezando en la Catedral de Málaga un domingo por la tarde. Los que ayer eran liberales a ultranza, ahora ven peligrar sus prerrogativas y vuelven a los pies de papi Estado para que les amortigüe la caída; como en la parábola del hijo pródigo. Mientras, la socialdemocracia, en los países donde gobierna, juega al despiste y son ahora más liberales que los que antes declamaban por la libertad, el liberalismo, la bajada de impuestos y poder para las empresas. Y es que, como todos sabemos, la socialdemocracia vendió su alma al diablo hace mucho tiempo.
Escuchaba la radio ayer por la noche, y una periodista de esas tan intelectuales, liberales y refinadas, que ganan premios literarios, tan fiables y exentos de politiqueo, decía que el problema no es el mercado, sino los mercaderes. ¿Se puede ser más subnormal? ¿Y quién estructura y fija las reglas del mercado sino el mercader? Sería tanto como decir que no es el juego del Real Madrid el probema, sino sus jugadores que juegan muy mal. Son ambas cosas ¿no? Es lógica pura. El mercado es como es porque los mercaderes lo han querido así: sin reglas, salvaje, y que nadie meta las narices en nuestros asuntos, mientras marche bien la cosa. El mercado está podrido y sus mercaderes también.
Estoy convencido de que existen muchas maneras de hacer economía de mercado y transacciones comerciales y da la puñetera casualidad de que este sistema, auspiciado por el neoconservadurismo rancio made in Bush junior (y senior), Ansar, Blair and Co. ha demostrado ser tan nefasto hoy como lo fue ayer y lo será mañana, si lo único que prima en este puto mundo es hacer negocio a toda costa, aunque se engañe a la gente, se explote a la población o se arruinen las vidas de millones de familias que viven de su trabajo y de los pocos euros que pueden recoger.
Si los ricos hoy no lo son tanto, ellos se lo han buscado, que se jodan. Ahora vienen pidiendo el subisidio para poder seguir comiendo langosta en el barco mientras una puta de lujo o una modelo les limpia el sable a fondo.
Yo lo tengo claro; no voy a pasar hambre por culpa de unos niñatos pijos que han jugado a hacer malabares con el dinero ajeno. Si tengo que comer, me los como a ellos y punto. No me importa devorar carne humana, si es de niño rico alimentado con jamón ibérico, langosta y vino de cien euros.