Archivo de diciembre 2008

15
Dic
08

Que se jodan (como los demás).

Pobres ricos, qué van a hacer. Cuando no son los rojos descerebrados que nacionalizan sus empresas, son los socialdemócratas que les coartan la libertad con impuestos injustos que no les permiten hacerse más ricos. Y para más inri, ahora se dan cuenta de que han sido engañados por colegas de cartera; el negocio piramidal Madoff, gracias a la purga que está ejerciendo la crisis en este sistema liberal corrompido hasta las entrañas, ha dejado tiritando los bolsillos de aquellos que la selección natural eligió para liderar a la raza humana, a golpe de billetera. Hoy parece que los ricos, ya no lo son tanto, al menos no tanto como ellos quisieran.

Se acabaron los paseos en yate, las reuniones en sociedad con aristócratas, artistas, empresarios y futbolistas, el güisqui de doscientos euros, los puros habanos, las cenas de mil euros el cubierto con caviar y faisán, los partidos de golf, los coches de lujo, los aviones privados, las putas de lujo, la «farla» de lujo; se acabó el lujo en definitiva, o quizá no.

Dudo mucho de que a los estultos ricachones, a los que se les ha esfumado mucho dinero como un pedo que se pierde en el aire, pero que deja un aroma algo molesto, se les haya agotado casi toda la plata; algo les quedará en algún paraíso fiscal.

Ahora ya no es la progresía socialistas ni los tan cacareados enemigos de la libertad los que meten el dedito en el culito a los niños bien de la élite mercantil que han vivido como dioses durante los últimos veinte años. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen, pero ahora quieren que el caviar lo paguen otros.

El mundo se ha vuelto loco. No bastaba con encontrarme a todas las pijas con el pañuelo palestino al cuello, más falso que el dinero del Monopoly, o ver a rastafaris montados en BMW mientras suena una canción reggae atacando el lujo infernal de Babylon, o escuchar a Rouco Varela hablar sobre la avaricia que esquilma el mundo, o verme a mí mismo, agnóstico perdido, rezando en la Catedral de Málaga un domingo por la tarde. Los que ayer eran liberales a ultranza, ahora ven peligrar sus prerrogativas y vuelven a los pies de papi Estado para que les amortigüe la caída; como en la parábola del hijo pródigo. Mientras, la socialdemocracia, en los países donde gobierna, juega al despiste y son ahora más liberales que los que antes declamaban por la libertad, el liberalismo, la bajada de impuestos y poder para las empresas. Y es que, como todos sabemos, la socialdemocracia vendió su alma al diablo hace mucho tiempo.

Escuchaba la radio ayer por la noche, y una periodista de esas tan intelectuales, liberales y refinadas, que ganan premios literarios, tan fiables y exentos de politiqueo, decía que el problema no es el mercado, sino los mercaderes. ¿Se puede ser más subnormal? ¿Y quién estructura y fija las reglas del mercado sino el mercader? Sería tanto como decir que no es el juego del Real Madrid el probema, sino sus jugadores que juegan muy mal. Son ambas cosas ¿no? Es lógica pura. El mercado es como es porque los mercaderes lo han querido así: sin reglas, salvaje, y que nadie meta las narices en nuestros asuntos, mientras marche bien la cosa. El mercado está podrido y sus mercaderes también.

Estoy convencido de que existen muchas maneras de hacer economía de mercado y transacciones comerciales y da la puñetera casualidad de que este sistema, auspiciado por el neoconservadurismo rancio made in Bush junior (y senior), Ansar, Blair and Co. ha demostrado ser tan nefasto hoy como lo fue ayer y lo será mañana, si lo único que prima en este puto mundo es hacer negocio a toda costa, aunque se engañe a la gente, se explote a la población o se arruinen las vidas de millones de familias que viven de su trabajo y de los pocos euros que pueden recoger.

Si los ricos hoy no lo son tanto, ellos se lo han buscado, que se jodan. Ahora vienen pidiendo el subisidio para poder seguir comiendo langosta en el barco mientras una puta de lujo o una modelo les limpia el sable a fondo.

Yo lo tengo claro; no voy a pasar hambre por culpa de unos niñatos pijos que han jugado a hacer malabares con el dinero ajeno. Si tengo que comer, me los como a ellos y punto. No me importa devorar carne humana, si es de niño rico alimentado con jamón ibérico, langosta y vino de cien euros.

12
Dic
08

Gomorra.

Ayer fui a ver la película de Mateo Garrone, basada en la obra homónima del aguerrido periodista napolitano Roberto Saviano. No he podido esperar a leer el libro antes, por miedo a que la retiren de la cartelera en breve (y es que donde esté «Una conejita en el campus» o «High School Musical», que se quite todo lo demás). Así que, si hay suerte y los Reyes Magos no son simpatizantes de la Camorra, podré disfrutar de la obra de Saviano en enero.

Supongo que con la película no basta para hacer un juicio de valor acerca de lo que se cuenta en la obra de Saviano, fruto de un trabajo de investigación «con un par» y que ha tenido como resultado el exilio de su autor. Ni que decir tiene que la película es espeluznante, y no por mala, sino por el realismo crudo y sórdido que muestra en su metraje. No vemos en la pantalla la clase y finura de don Corleone o Tony Soprano y los suyos, sino una gentuza que mata, estorsiona, roba e incluso contamina su propia tierra con vertidos tóxicos para obtener pingües beneficios.

La mafia napolitana aprovecha cualquier negocio ilegal para obtener millones de euros de las drogas, las armas, la prostitución, la alta costura, los negocios inmobiliarios (cómo no), etcétera; unta a políticos, policías y empresarios para alcanzar sus inicuos fines y no duda en reclutar a niños para que menudeen en las calles o simplemente ayuden en algún trabajo peligroso.

La película es absolutamente genial. Se trata de un filme – documental que recoge la tradición heredada del neorrealismo italiano y el documentalismo de la primera mitad del siglo XX. El resultado es una película extremadamente objetiva, desgrarradora y llena de crueldad y corrupción humana; un documento gráfico que muestra las lacras de la sociedad italiana, con un gobierno inoperante y corrupto, alejado del ámbito social, aquejada de una desigualdad que por sí sola no explica el fenómeno de la mafia en Italia. ¿Por qué existe la Cosa Nostra en Sicilia, la Ndràngheta en Calabria y la Camorra en Nápoles? Eso sería como preguntar por qué en España tenemos a ETA, por qué hemos tenido un gobierno socialista corrupto en los ochenta y por qué ha habido especulación inmobiliaria en todo el país y casos de corrupción en los municipios de Marbella y Estepona, o Coslada en cuanto a la corruptela policial, entre otros; la respuesta es bien sencilla: porque es el estilo latino «weeeeaaaaah». No me hagan caso, es sólo una broma, y aunque sé que el tema es serio, prefiero reír por no llorar.

El filme se ha rodado en plena Nápoles, en los barrios más marginados donde los camorristas campan a sus anchas como los dueños de todo y de todos los que allí habitan. Fijaos cuando veáis la película en los paisajes napolitanos y decidme si no os recuerda a los barrios de La Palmilla, Huelin, Guadalmar, Churriana o el Polígono del Guadalhorce en Málaga, o a las 3000 viviendas de Sevilla; los jóvenes que aparecen en el filme, que admiran profundamente a los cabecillas de las bandas de camorristas, son auténticos «canis» o «merdellones», con sus «piercings», sus cadenas de oro, sus chándales, los peinados rasurados y las ínfulas de tipo duro. Las chicas os las podéis imaginar; a veces, durante el visionado de la película parecía estar viendo un documental de Callejeros grabado por acá cerca; cuando la veáis entenderéis a lo que me refiero.

El libro de Saviano y la película han suscitado numerosos comentarios y discusiones, de hecho en CNN+ pude ver un debate muy interesante en el que analizaban el fenómeno de la mafia en Nápoles, sus causas y consecuencias. Las consecuencias todos las conocemos más o menos, al menos los que hemos visto la película, por lo que no merece más vuelta de hoja; pero en el asunto de las causas sí es cierto que existe un abismo insalvable entre aquellos, como el propio Saviano, que señalan al capitalismo salvaje como el principal resposable de esta aberración, y los que defienden a ultranza la globalización y, sin ver más allá de sus narices, aseveran que la causa es fruto sólo de la idiosincrasia italiana, proclive a la delincuencia y el homicidio.

Encontré un artículo de Mario Vargas Llosa en El País que ilustra muy bien ese denuedo cerril que caracteriza a los liberales de nuevo cuño ultraconservador que se afanan en defender a ultranza un sistema que, como vemos, hace aguas por todos lados y cae en las contradicciones más innobles como ya hiciera el comunismo hace algunos años. Y es que la demagogia no entiende de fronteras ni de ideologías; la padecemos tanto desde la izquierda estéril y corrupta, como desde la derecha depredadora y deshumanizada.

El señor Vargas Llosa demuestra que como escritor es excepcional (no en vano es uno de mis escritores favoritos por ser de los únicos que yo podía asimilar cuando leía literatura hispanoamericana hace seis o siete años), pero su pensamiento anda algo nublado, primero, a causa de los estropicios perpetrados por los movimientos revolucionarios de corte populista y marxista en todo lo largo y ancho del contienente, y segundo, por la tendencia natural de los artistas y literatos a volverse acomodaticios y afectos al bienestar que les porporciona el éxito y el reconocimiento en el Primer Mundo.

Señor Vargas Llosa, usted mismo reconoce que la Camorra no sólo opera en negocios ilícitos sino que también invierten sus capitales en empresas legales, como la construcción (la reconstrucción de las Torres Gemelas, por ejemplo) o el turismo. No es un secreto que a la Costa del Sol la denominan La Costa Nostra y que en gran parte de la especulación inmobiliaria sufrida en España planea la sombra de la mafia napolitana. El sector de la alta costura aprovecha la capacidad de maniobra de esta organización para conseguir cada vez más beneficios a un menor coste. Y le corrijo, porque se ve que en esa parte de la película andaba usted despistado: la mujer que aparece con un vestido blanco de firma, el cual no fue diseñado por un jefe de la mafia, sino por un sastre a su servicio, no es Angelina Jolie sino Scarlett Johansson. Los jefes de la mafia no son sastres señor Vargas Llosa, son delincuentes. Le recomiendo que vea la película de nuevo porque o se quedó dormido o no se enteró de nada.

Usted discrepa con Saviano en que el capitalismo no es el problema, sino la sociedad italiana. ¿No se acuerda usted del Chicago de los años 30, de Al Capone y el ascenso de la mafia siciliana, judía e irlandesa que reinó hasta los años ochenta en las calles de New Jersey o Nueva York? ¿No ve usted cómo funcionan los casinos en Las Vegas o cómo la mafia se ha ido inmiscuyendo en la política de todo el mundo? ¿No sabe usted cómo funciona el cartel de Colombia? ¿Ha visto usted American Gángster? ¿En qué periodo de la historia de Rusia se ha hecho fuerte la mafia rusa? ¿Qué pasaría si rodaran una película sobre la Yakuza japonesa? ¿Qué opina de Silvio Berlusconi? ¿Y de Julián Muñoz? ¿Y de que mataran a Lincoln, a Kennedy o a Luther King? ¿Sabe usted quién financia las guerras en el Congo para obtener el valioso coltan con el que fabricamos ordenadores o iPods? Guantánamo, las niñas en China, las fabelas en Brasil (vea Ciudad de Dios), la guerra por los diamantes en Sierra Leona (vea Diamante de Sangre), los secuestros en Colombia, las FARC, la violencia en México, etcétera.

¿Sigue pensando que sólo es Italia quien anda podrida? Le recuerdo que gobierna un conservador como Berlusconi que ha demostrado que el movimiento «neocons», iniciado por Reagan y la Thatcher, ha fracasado estrepitosamente, aunque sea políticamente incorrecto atacar el pensamiento único del neoliberalismo que usted profesa.

Llámenme rojo, reaccionario o anarquista, pero es así. Si todo lo que ocurre en el mundo, sea en Nápoles o en la India, no es causado por un sistema injusto, criminal e inmisericorde con el desfavorecido, que venga Dios y lo vea.

Un mensaje para los vándalos descabezados antiglobalización de Grecia y España: ése no es el camino.




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